jueves, 1 de septiembre de 2011

LA NUEVA MISA



El problema de la nueva misa debe ser estudiado y no eludido. Las notas que siguen no apuntan a alcanzar un valor exhaustivo, sino solamente a definir un método y a no abordar más que ciertos puntos esenciales. El problema de la nueva misa es inseparable de aquél del modernismo. Toda disociación en este campo es ya una aceptación tácita del modernismo. Es por eso que no se puede abordar el tema de la nueva misa sino después de haber examinado rigurosamente lo crisis actual y los métodos de aquéllos que la provocaron.

El contexto inmediato de la aparición de la nueva misa

El libro de Jacques Ploncard d’Assac, La Iglesia Ocupada, corresponde bien a la realidad histórica de la Iglesia contemporánea. Antes de 1962, el modernismo era como un hilo de agua bajo el hielo; después del Vaticano II, reina como maestro y practica la revolución legal.

Los objetivos de la secta modernista son conocidos:
-       de manera  inmediata, coinciden con los del concilio: revolución dentro de la Iglesia, ecumenismo apuntando a protestantizar la Iglesia, adhesión oficial a la Revolución. En este programa, la liturgia ocupa un lugar capital en la perspectiva ecuménica;
-       de manera más general, corresponden a la idea masónica de una súper iglesia mundialista, la  misma del Anticristo. Teilhard es uno de sus más recientes profetas.

La liturgia es el fin mismo de la Iglesia: ella traduce en actos todo lo que es y hacia lo que tiende. La Misa es su centro: es el Sacrificio Redentor. ¿Cómo imaginarse que los modernistas al poder no se interesarían en ella? Esto sería idiota.

De hecho, Hans Küng, en El Concilio, prueba de la Iglesia, en el capítulo 10, dice ésto:
“¿Cómo llegar a rehacer la unidad? Unicamente a partir de una renovación de la Iglesia Católica misma: llevando a cabo los requerimientos legítimos de las otras. Es necesario escuchar los requerimientos de los ortodoxos, de los protestantes, de los anglicanos, de las iglesias libres, a la luz del Evangelio de Jesucristo. (...) Tal es el contexto en el que hay que ver la discusión actual sobre la reforma litúrgica. (...) Si se logra dar una estructura ecuménica a la liturgia católica, habrá allí un elemento decisivo para el regreso a la unidad de los cristianos separados. La renovación de la liturgia ¿no era la pieza clave de la Reforma de los Reformadores, una de sus reivindicaciones principales? (...) Pero esta reforma litúrgica, tal como es debatida hoy dentro de la Iglesia Católica, ¿está verdaderamente orientada en el sentido del ecumenismo? Aquello que no podía ser dicho de la renovación litúrgica del siglo pasado, que era más una restauración dentro del espíritu tradicionalista y romántico (Dom Gueranger y Solesmes), se puede afirmar en lo que concierne a la renovación litúrgica de nuestro siglo y del Vaticano II: tiene en cuenta los requerimientos esenciales de los Reformadores. (...)" [1]

Y Hans Küng indica en consecuencia el método: “Preparar, despejar la via de las discusiones teológicas por una renovación práctica inspirada por el Evangelio y no por una teología determinada.” [2]

El libro de Küng fue escrito en 1962. Ahora bien, este teólogo fue parte del nudo dirigente del lobby modernista que manipuló el concilio, como lo muestra en detalle el Padre Wiltgen en El Rhin se vuelca en el Tiber. El “cardenal” Juan Bautista Montini era parte de ese lobby.

En el mismo sentido, habría que retomar toda la historia de las actividades de los reformadores de la liturgia, particularmente desde 1945, bajo la égida del Centro de pastoral litúrgica (C.P.L.), fundado en Francia por el dominicano Pio Duployé. Este último escribió un libro intitulado Los Orígenes del C.P.L. 1943-1949. [4] Se entera uno allí, pagina 320, nota 7, de cosas muy interesantes sobre el antiguo “nuncio” en Irán:
“Algunos días antes de la reunión de Thieulin, yo había recibido la visita de un lazarista italiano, que me había pedido ser invitado a la reunión, el Padre Bugnini. El Padre escuchó muy atentamente. (...) Me dijo: “Admiro lo que ustedes hacen, pero el mayor servicio que puedo hacerles, es no decir jamás a Roma ni una palabra de lo que acabo de escuchar.” Para el mayor bien del Concilio Vaticano II, del cual fue uno de los más inteligentes obreros, el Padre Bugini no debió, felizamente, mantener su palabra.”

Se debe notar que la reunión a la que Duployé hace alusión tuvo lugar en septiembre de 1946, en la región de Chartres.

La definición de la nueva misa, dada en el articulo 7 original de la Constitución Missale Romanum (1969), asimilando la Misa a la Cena protestante, no es pues fortuita, sino que, al contrario, corresponde al resultado lógico y deseado de los esfuerzos realizados por los modernistas para protestantizar la Iglesia. Küng, en el libre citado anteriormente, dice, por otra parte, en forma explícita que:
“La renovación de la liturgia actual apunta a volver más tangible la relación entre la eucharistía de la Iglesia y la última cena de Jesús. Lo quiere hacer reformando el conjunto del rito. Esta asimilación de la eucharistía a la cena de Jesús tiene un alcance ecuménico considerable.” [5]

El estudio propiamente dicho de la nueva misa

Para hacer un buen estudio crítico, hay que ubicarse inmediatamente sobre el terreno de la invalidez intrínseco de la nueva misa.

Y esto por razones precisas, a pesar de las reticencias frecuentes.

¿Por qué hay que ubicar inmediatamente el problema sobre el terreno de la invalidez? Por dos series de razones:

- A causa del contexto modernista del cual se acaba de hablar, y que sitúa desde el inicio las modificaciones conciliares y post-conciliares sobre el plano de la nulidad: las acciones que apuntan a destruir la Iglesia pueden tener la apariencia exterior de la legalidad, pero son juridicamente inexistentes. La razón es que, dentro de la Iglesia, la autoridad es instituida para el bien común que ella persigue, y no para la fantasía, el aprovechamiento ideológico o la justificación de las herejías de sus miembros, inclusive los más elevados.

Se ve claramente que este problema no puede ser disociado ni del estudio teórico de la infalibilidad y de la hipótesis de un “papa” herético, ni del conocimiento histórico concreto de las maquinaciones modernistas, y de la responsabilidad personal de Pablo VI. No se podría separar el problema de la nueva misa, y de allí que se acepte considerarla dentro de su contexto, no hay más obstáculo para ubicarse desde el punto de vista de la invalidez.

- A causa de los imperativos de la moral. Cuando la consciencia está en duda, debe hacer todo para aclararse, a fin de volverse segura. Mientras espera, debe prácticamente adoptar una actitud. Varios principios reglan su comportamiento: por ejemplo, para una ley dudosa en su existencia, imponiendo obligaciones nuevas, se podría aplicar el adagio in dubio, libertas, en la duda, la libertad, y no someterse a una ley hasta un más amplio informe. Otras veces será a la inversa: el cazador que vea removerse la vegetación, sin tener la certeza de hallarse ante un conejo o un hombre, deberá abstenerse de tirar. Del mismo modo, todo hombre no convencido formalmente de ser reputado como inocente y tratado como tal.

En materia de sacramentos, se debe aplicar (en lo que concierne a la validez) la regla de tomar el partido más seguro. La menor duda seria - es suficiente para esto que esté fundado sobre una argumentación y sostenido por un principio de prueba – tendrá por efecto la búsqueda del partido más seguro. Si la nueva misa es simplemente posiblemente inválida, no hay que concurrir allí jamás, para evitar el riesgo de idolatría.

De hecho, todos los argumentos tienen una fuerza de convicción insuficiente, y en todo caso, no permiten la aplicación de esta regla moral. Resulta así que las personas que se limitan a esto, aceptan, aunque ocasionalmente, la nueva misa.

¿Por qué la argumentación sobre la invalidez provoca indiferencia y pasión?

Se puede notar, para empezar, que el problema es divisible. En efecto, se puede comprobar que poner en duda la validez de ciertos sacramentos no causa alarma: la Extremaunción o la Confirmación, por ejemplo. El folleto de Mons. Lefebvre, La misa de Lutero, proporciona una ilustración: página 13, desarrolla contra la nueva confirmación una argumentación paralela a la que se utiliza para la nueva misa.

De hecho, lo que choca es únicamente el problema de la invalidez de la nueva misa y no de los otros sacramentos reformados.

Esto puede explicarse por dos series de razones, las dos, por otra parte, subjetivas:

- Un defecto de método: para abordar los textos y declaraciones que emanan de los modernistas, es necesario proceder como San Pío X lo requería en Pascendi. Ahora bien, aunque antiguo, este método es muy poco conocido y aún menos practicado. Muchos se comportan, en cuanto a lo que dicen y escriben los modernistas, como en otros tiempos lo hacían numerosos católicos frente a la propaganda marxista. Dicho de otro modo, presuponen implícitamente la buena fe de sus interlocutores y hacen como si los términos que se utilizan tuvieran el sentido corriente al que están habituados.

Este defecto no vuelve imposible todo razonamiento sobre la invalidez.  Pero si no causa dificultades demasiado grandes para comprender que, modificando las palabras de la forma propia del sacramento de la Confirmación, se ha vuelto ésta inválida, al contrario, vuelve prácticamente irrealizable un análisis de los ritos ceremoniales, más largos y más difíciles de comprender de una manera parcial. Ahora bien, en la  Confirmación, los ritos son muy cortos, mientras que en la nueva misa son, al contrario, muy extensos.

Por falta de método, se llega a encontrar en una serie de textos, a menudo admisibles individualmente en un sentido católico, una lógica general ortodoxa que no se encuentra allí. Sería necesario, al contrario, aplicarse primero al contexto, a las circunstancias y a la intención de los autores, etc., para comprender, a continuación, el sentido de cada una de las partes.

- Una actitud de fondo: el miedo a las consecuencias. Uno se dice que si la nueva misa es inválida, la casi totalidad del mundo católico cesa de existir de un solo golpe y se repliego como al enroscar un pergamino.

Para vencer esta tentación, hay que ver los motivos reales. El miedo del escándalo de la Cruz fue fustigado por Nuestro Señor: por ejemplo cuando trató a San Pedro de “Satán”. [6]

Hay que considerar que la historia del mundo se desarrolla, y no conoce un eterno retorno. El período presente pertenece, ciertamente a “los tiempos del fin”, sin ser, por otra parte, el último, ya que algunos do los signos dados por Cristo a los Apóstoles no se han realizado (por ejemplo la conversión del pueblo judío). Sin embargo, se puede considerar que la crisis de la Iglesia, hecho de importancia capital, fue profetizada por el Señor mismo, cuando habla de “la abominación de la desolación en el lugar santo”. [7] Esta expresión es una cita del profeta Daniel. En su libro La Parusía, el cardenal Billot trae el texto más completo y lo comenta:
“Después del tiempo en que será suprimido el sacrificio perpetuo y establecida la abominación de la desolación, habrá 1290 días. (...) Es el sacrificio de nuestros altares, comenta Billot, quien será, en esos días terribles, proscrito en todos lados, prohibido en todos lados, y salvo en lo que se pueda hacer y se hará en las sombras subterráneas de las catacumbas, en todos lados interrumpido.” [8]

El cardenal pensaba sin duda en alguna persecución neo-pagana. No imaginaba, seguramente, la persecución bajo apariencia de legalidad operada por los modernistas ubicados en los puestos de comando. El efecto es, sin embargo, el mismo, si no peor.

Habiendo sido dadas estas razones, hay que observar que los argumentos adelantados para establecer la invalidez de la nueva misa son raramente estudiados. A guisa de críticos, no se ven oponer más que puras afirmaciones, cargadas de insinuaciones mal intencionadas sobre sus autores. Desde el punto de vista del discernimiento de los espíritus, es una prueba indirecta de su mala fe.

Crítica propiamente dicha de la nueva misa

Puede ser realizada en dos tiempos: observar que la nueva misa corresponde perfectamente a los temas y a los objetivos de los modernistas; aplicar a la nueva misa los principios generales y analógicos que León XIII utilizó para declarar inválidas las ordenaciones anglicanas.

La nueva misa es modernista

N.B. Es curioso observar que el término “modernista” causa menos alarma que el término “herético”. Así, no es raro encontrar personas que admitan que la nueva misa pueda ser modernista, pero a las que chocaría escuchar calificarla como herética. Sin embargo, el modernismo es una herejía, e inclusive la alcantarilla de todas las herejías (San Pío X).

Que la nueva misa es herética es fácil de demostrar tanto por las circunstancias de su concreción y de su publicación como por su coherencia interna.

Circunstancias

Todo es impreciso en este campo e indica el manejo. Es la asociación de la precipitación y de la irresponsabilidad.

- El punto de partida es el texto del Concilio sobre la liturgia, articulo 50. Es un ejemplo tipo de la producción del Vaticano II, que algunos tradicionalistas moderados se encarnizan en querer interpretar rechazando, por el “espíritu del Concilio”, la responsabilidad de la desviación efectuada sobre los textos mismos. Toda la astucia de los modernistas es haber redactado estos textos sembrándolos de menudas ambigüedades aptas para ser “tragadas” por la oposición, pero permitiendo disponer a continuación de una cobertura legal para sus empresas. Es así que Pablo VI podría afirmar en 19 de noviembre de 1969:
“Este cambio es posible por la voluntad expresa del reciente Concilio; esta reforma corresponde a un mandato oficial de la Iglesia, es un acto de obediencia. (...)”

¿Qué dice el texto del artículo 50?

“El ritual de la misa será revisado de tal suerte que se manifiesten más claramente el rol propio como la conexión mutua de cada una de sus partes. (...)”

Aquí los tradicionalistas no vieron ningún mal, aunque la Misa de San Pío V no sea particularmente oscura. Pero los modernistas se aprovecharán de esto para disociar, bajo pretexto de “rol propio” el ofertorio del canon:
“(...) Y que sea facilitada la participación piadosa y activa de los fieles. Así, guardando fielmente la sustancia de los ritos, se los simplificará, se omitirán aquéllos que, con el curso del tiempo han sido redoblados o han sido agregados sin gran utilidad.”

Los tradicionalistas moderados fueron satisfechos por las “garantías” de fidelidad sustancial, mientras que los modernistas encontraron que la justificación de la supresión de los “dobletes”, como los símbolos trinitarios (triple Kyrie, etc.) y sobre todo, aquí también, de la significación propia del ofertorio, en tanto que unido al Santo Sacrificio operado por el canon.

Aparecida esta Constitución, dos organismos paralelos fueron encargados por Pablo VI para su aplicación: la Congregación de los Ritos, como se debía, reforzado por un Consilium que reunía no sólo a “eminentes liturgistas” sino a los peores activistas de la secta. El hecho es que este segundo organismo produjo inmediatamente un proyecto llamado de “misa normativa”, rechazado por el Synodo de 1967, y prácticamente por entero retomado en el misal de 1969.

La acción precipitada de los reformadores fue reforzada por una preparación psicológica de un doble alcance: progresión, y comunicación de un hábito de cambio perpetuo e incertidumbre. Se pueden citar las siguientes medidas:
-       25 de enero de 1964: Sacram Liturgiam (homilía obligatoria el domingo)
-       26 de septiembre de 1964: Inter oecumenici (oración universal, fórmula de la comunión de los fieles modificada - Corpus Christi – supresión del último Evangelio)
-       25 de enero de 1965: ritus servandus y primer novus ordo
-       4 de mayo de 1967: Tres abhinc annos (canon en voz alta, inversión Ite missa est/bendición)
-       18 de mayo de 1967: variationes (supresión de los signos de la cruz y genuflexiones)
-       27 de mayo de 1968: tres nuevos cánones
-       finalmente el 3 de abril de 1969, el nuevo orden del Missale Romanum
-     ulteriormente, como Luis Salleron lo mostró en su libro sobre la nueva misa, no se cuentan más los textos, ¡sin olvidar el hecho inaudito de los tres textos “auténticos” que tienen diferencias de detalles! Y qué decir del proceso de obligación de la nueva misa, no explícitamente previsto en 1969 y reportado como una evidencia en 1974.

Esta imprecisión general, del mismo modo que el apuro rabioso de los reformadores, cubiertos en toda ocasión por Pablo VI, es la marca del modernismo. En lo que concierne a la sucesión de medidas sabiamente dosificadas para anestesiar las consciencias “piadosas”, como diría Pablo VI - “las personas piadosas serán aquellos que estarán más molestas”, dijo el 26 de noviembre de 1969 - ellas manifiestan la voluntad de imponer una innovación contraria a la fe tradicional: es el espíritu cínico del complot modernista.

- Finalmente, herejes de calidad participaron en la creación de la misa nueva, hecho increíble cuando se piensa en ello, pero sin embargo verdadero.

Coherencia interna

La nueva misa es modernista en su definición y en su coherencia interna. Nadie se engaño en esto, salvo el buen pueblo fiel.

- La definición misma de la nueva misa, dada por el articulo 7 de la Presentación del nuevo misal, está directamente en relación con los planes de los modernistas, tales como Hans Küng, por ejemplo, los expuso. Es la Cena protestante: “La Cena del Señor, dicho de otro modo, la misa, es una sinaxis sagrada, es decir la reunión del Pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. (...)” Esta definición, juzgada exenta de errores doctrinales por la Sagrada Congregación del Culto divino, en junio de 1970, jamás fue reportada, un nuevo artículo 7, más ambiguo, fue dado, pero se precisa bien en el texto que lo promulga que, a diferencia del antiguo, no es una definición, sino una simple descripción de la misa.

- La cohesión interna de la nueva misa corresponde bien a esta definición. Es necesario aquí dirigirse al Breve Examen Crítico por completo, conservando presente en la memoria la obligación de aplicar a todo texto modernista un método específico de análisis, considerando en principio el todo y sólo luego las partes, en función del texto.

El Breve Examen Crítico concluye de forma neta: “Es evidente que el nuevo orden renuncia expresamente a constituir la expresión de la doctrina que el Concilio de Trento sancionó como siendo de fe divina y católica.” Dicho de otro modo, el nuevo orden no es católico. Es modernista y corresponde a los deseos expresados por Küng: supresión del aspecto sacrificial (y principalmente del sacrificio propiciatorio), en beneficio del simple memorial (teñido de escatología) y de la “comunión”, es decir de la fraternidad.

- De hecho, nadie se engañó entre las personas sagaces: los modernistas, sin duda, los ecumenistas de Taizé, los luteranos ortodoxos (la Confesión de Augsburgo, de Alsacia-Lorena), y, sobre todo, los sacerdotes progresistas y los obispos del mismo género. ¿Quien ajó jamás desaprobar al obispo de Mende, declarando oficialmente ante el nuevo misal en francés, que en la misa se trata simplemente de hacer memoria?

Esto es inconcebible desde la óptica católica.

La nueva misa es inválida

Hay que recordar las condiciones de validez de los sacramentos y remitirse luego al caso particular de la nueva misa.

Condiciones de la validez de los sacramentos

La validez de los sacramentos debe observar la materia, la forma y la intención del ministro.

Para la materia de la Eucaristía, es necesario pan de trigo (sin levadura en Occidente) y vino natural de la viña. Pero, además, es necesario que este pan y este vino estén en el momento de la Consagración, en estado de oblación, es decir que hayan sido ofrecidos anteriormente, en el Ofertorio, a Dios Padre. Ahora, en la nueva misa, no hay oblación, ya que se ha reemplazado el antiguo Ofertorio por una simple bendición judía de la mesa, en la que se dan gracias “al Dios del universo” por el alimento y la bebida que nos da en la Creación. El pan y el vino que no están en oblación, no son la misma cosa que el pan y el vino en estado de oblación, tanto como una mujer consagrada a Dios – por los tres votos de religión o sólo por el voto de castidad – no es la misma cosa que una mujer laica. Hay una diferencia neta. En consecuencia, en la nueva misa hay invalidez en cuanto a la materia.

En el sentido estricto, la forma o “forma esencial” de la Eucaristía, está constituida por las palabras impresas en caracteres gruesos en los misales. Pero esta forma esta inserta en el seno de un rito ceremonial que le confiere su sentido determinado. Es necesario, entonces, ver los dos aspectos juntos y no solamente la forma esencial, sobre todo si hay alguna duda a nivel del valor de ésta. Si no se tiene por resultado pistas falsas.

- Pistas falsas. Ya se ha dicho que en sus operaciones la técnica modernista utilizaba primero un método de aproximación global y luego detallado. Aquellos que no están habituados en esta técnica buscan desesperadamente demostrar que tal o cual enunciado particular contradice formalmente la fe católica. Es una empresa vana la mayor parte del tiempo, porque los modernistas, de una hipocresía incomparable, tienen más de un as en la manga para encontrar siempre un sentido correcto a cada una de sus “pequeñas frases”. Pero si se busca en qué estas últimas en su conjunto se unen, se ve entonces con evidencia, que es un sólo y único sentido modernista.

Sin adherir a esta disciplina, muchos han pretendido tomar, en su defecto, la misa al nivel de la Consagración cuyas palabras han sido ligeramente modificadas. Se puede citar: el agregado (¡fundado sobre la Escritura!) de quod pro vobis tradetur a la primera consagración y la transferencia de la expresión mysterium fidei a la segunda consagración, de manera de hacer de ello el principio de una aclamación de los fieles.

Las pistas falsas son las siguientes: declarar el quod pro vobis tradetur, que aunque es escriturario no correspondía a la fórmula que según Inocencio III proviene directamente de los Apóstoles; y del mismo modo para mysterium fidei, que el mismo Papa hace también remontar a los Apóstoles.

Esto no puede ser considerado, porque la liturgia no latina, aprobada y recibida de todos los tiempos que vienen igualmente de los Apóstoles, encierra variantes comparables a aquella de la nueva misa: por ejemplo, la liturgia greco-católica agrega el quod pro vobis, y no menciona el mysterium fidei.

¿Es necesario, al contrario, absolver el nuevo ordo y caer en el relativismo?

De ningún modo, porque estos agregados o transferencias, vistos en su contexto general, no son inocentes. El quod pro vobis modifica, según el Breve Examen Crítico, el valor “intimativo”  ( lo contrario de “narrativo”) de las palabras de la Consagración, y les confiere el simple sentido de un recitado, que sólo el contexto ritual puede entonces determinar correctamente: pero es todo el problema. Del mismo modo, el desplazamiento del mysterium fidei por un lado orienta hacia una nueva significación (escatológica), y por otro se desvía de manera bastante neta de la fe en la Presencia Real sacramental del Señor.

La pista buena: el rito. Las ceremonias que rodean la forma esencial del sacramento tienen
por notable función precisar la significación de aquella. Esta precisión es indispensable, porque los sacramentos son signos eficaces: significan una gracia, y producen la gracia así significada. Por naturaleza, no podrían, pues, ser equívocas.

Los ritos pueden tener un rol de confirmación, cuando la forma esencial es significativa de manera absoluta; pueden tener un rol más importante si por sí mismo la forma esencial es relativamente imprecisa; pueden, en fin, invalidar el rito si, lejos de precisar o confirmar la significación requerida, tienden, al contrario, a negarla.

Estos principios fueron aplicados por León XIII en Apostolicae curae, texto por el cual el Papa declaró inválidas las ordenaciones anglicanas, conformemente a sus predecesores. Es necesario leer este texto y retener de él las reglas principales.

- El rito ceremonial precisa la significación de la forma esencial del sacramento; consecuentemente, un rito que en su conjunto contradice la significación misma del sacramento, quita a éste toda validez.
“Estos esfuerzos (de muchos anglicanos en el siglo XVII, por admitir algo del sacrificio y del sacerdocio) fueron y son estériles, y esto porque si el Ordinal anglicano actual presenta algunas expresiones ambiguas, éstas no pueden revestir el mismo sentido que en el rito católico. En efecto, continúa León XIII, la adopción de un nuevo rito que niega o desnaturaliza el sacramento del Orden y que repudia toda noción de consagración y de sacrificio quita a la fórmula (anglicana) , ‘Recibe el Espíritu Santo’ todo su valor, porque este Espíritu no penetra en el alma más que con la gracia del sacramento. Pierden así su valor las palabras ‘por el oficio y la carga de sacerdote o de obispo’ y otras similares; no son entonces más que palabras vanas, sin la realidad de la cosa instituida por Cristo.”
- Incluso si una forma esencial es usada en otro rito católico (por ejemplo la forma escrituraria de la consagración, utilizada por los griegos, y diferente de la forma latina), no es necesariamente igualmente válida, en la medida en que el rito no expresa claramente la gracia del sacramento a fortiori, cuando su coherencia interna le es opuesta. He aquí lo que agrega León XIII para las ordenaciones anglicanas.
“La fuerza de este argumento aparece en la mayoría de los anglicanos mismos que interpretan rigurosamente el ordinal; la oponen francamente a aquellos que, con la ayuda de una interpretación nueva y empujados por una vana esperanza, atribuyen a las órdenes así conferidas, un valor y una virtud que no tienen. Este argumento destruye por sí mismo la opinión que mira como forma legítima suficiente del sacramento del Orden, la oración Omnipotens Deus, bonorum omnium largitor, que se encuentra al comienzo de la oración; y esto, inclusive si esta oración podía ser mirada como suficiente en algún rito católico que la Iglesia hubiese aprobado.”
- De manera de no dejar subsistir ninguna duda, es útil buscar la intención de los autores de los nuevos ritos; si es herética, confirma la nulidad por “vicio de forma” del rito así modificado.
Todo esto concierne a la forma. Resta el problema de la intención, en particular con el problema de saber si un ministro dotado de una buena intención subjetiva puede confeccionar válidamente un sacramento cuya forma esencial está inserta en un rito opuesto a su significación.
La intención. El ministro del sacramento – ordinariamente el sacerdote – debe tener la intención de actuar en nombre de Cristo, dicho de otro modo, de poner en acto el poder que recibió en su ordenación (llamado “carácter”). El es un instrumento, pero consciente y libre, lo que implica, así, su colaboración.
Esta intención es precisa en cuanto a su objeto: debe ser la de hacer “como hace la Iglesia”. La intención es íntima, pero en la medida en que el ministro utiliza el rito conveniente, se debe presumir favorablemente.
El problema no se presenta más que con los casos a la inversa: un ministro que tuviera la intención íntima de hacer como hace la Iglesia, pero que, utilizara un rito heterodoxo, no lo haría concretamente.
La respuesta a esta cuestión se encuentra también en Apostolicae curae de León XIII. El Pontífice evoca en diferentes momentos el caso de estas personas bien intencionadas que querrían vanamente dar un sentido católico a las fórmulas viciadas intrínsecamente.
La explicación dada es simple: la intención, que es cosa totalmente interior, no puede ser conocida más que por su manifestación exterior. Si se sigue el rito católico, la intención supuestamente existe. No sería así sólo si el celebrante lo declarara expresamente (por ejemplo, para hacer una representación para futuros sacerdotes, imitando los gestos de la Misa sin tener, de ningún modo, la intención de consagrar); pero “al contrario, si el rito es modificado con el fin manifiesto de introducir en él otro, no admitido por la Iglesia y de rechazar aquel del cual se sirve y que, por la institución de Cristo está atado a la naturaleza misma del sacramento, entonces, evidentemente, no solamente falta la intención necesaria para el sacramento, sino que hay allí una intención contraria y opuesta al sacramento.”
La hipótesis de un “buen” sacerdote celebrando de buena fe con un rito tal es plausible, pero la validez de su acto sería nulo: porque la intención subjetiva es una cosa, y su objeto (el aspecto objetivo de la intención) es otra: tener la intención de “hacer lo que hace la Iglesia” y hacer lo contrario en la práctica, inclusive sin darse cuenta y sin quererlo, no es suficiente para conferir una buena significación a la mala acción que se lleva a cabo. Dicho de otro modo, la intención subjetiva es necesaria, pero no es suficiente: es necesario aún cumplir realmente y con precisión lo que se tiene la intención de hacer, y no lo opuesto. [9]
La razón última se encuentra en la naturaleza misma de los sacramentos, que son signos visibles y eficaces de  gracias invisibles. La Iglesia de Cristo no es “pneumática”, sino visible. Los sacramentos deben verdaderamente significar la gracia que producen, y no solamente en la intención subjetiva de los ministros que los realizan.
No hay , pues, que equivocarse sobre el problema de la intención: ésta es requerida por parte del ministro por el hecho de que él es una causa instrumental consciente y libre, pero no es más que una causa instrumental, aplicando una forma a una materia.
Aplicación en el caso de la nueva misa
La transposición va por sí sola. Algunas frases de León XIII hacia los anglicanos parecen apuntar proféticamente a los modernistas. Habiendo tenido cuenta de todos los elementos dados hasta aquí, no se trata más de demostrar, sino de concluir: el nuevo ordo de Pablo VI, creado con la colaboración de herejes, por herejes (modernistas) en vista a cumplir el programa tan bien resumido por Hans Küng, de destruir la Misa Católica, para substituirla por la Cena protestante, constituye un rito intrínsecamente viciado en su forma y así, inválido en sí mismo. Celebrarlo (para un sacerdote) o asistir a él (para un fiel) constituyen – cuando saben este hecho – materia de pecado mortal.
Notas
[1] Hans Küng, Le Concile, épreuve de l’Eglise. Paris, Le Seuil, 1963, pp. 121 y siguientes.
[2] Op. Cit., p. 122.
[3] Ralph Wiltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre. Paris, Le Cèdre, 1973.
[4] Pierre Duployé, Les origines du C.P.L. 1943-1949. Mulhouse, Salvator, 1968.
[5] Hans Küng, op. cit., p. 124.
[6] Mt. 16:23.
[7] Mt. 24:15.
[8] Cardenal Billot, La Parousie, p. 123.
[9] Lo que hace la Iglesia, es el rito de la Iglesia. Tener la intención (real, eficaz) de hacer lo que hace la Iglesia es utilizar el rito de la Iglesia. Un sacerdote que tiene verdaderamente la intención de hacer lo que hace la Iglesia, hace realmente y efectivamente lo que hace la Iglesia, es decir que utiliza el rito de la santa Iglesia.
Pretender tener una “buena intención” tomando un rito malo, es no hacer nada en realidad; porque no solamente la supuesta buena intención no modifica el rito, sino que aún, querer poner en ella “su” intención, es no ser más instrumento. Hay que entender ésta cuestión muy clara y firmemente; sino no se puede más estar seguro de nada. La garantía de la intención necesaria para el sacramento es el rito de la Iglesia. El novus ordo missae no es el rito de la Iglesia, es el rito que deseaba Lutero.
Editor responsable: Padre François Egregyi

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